El turismo de playa es un invento reciente: de los monstruos marinos a los resorts en Benidorm.

Aunque para más de uno pensar en las vacaciones de verano signifique imaginarse en Cullera repantigado al sol de las tres de la tarde con una caña y unas bravas, el turismo de toalla y sombrilla es un invento de hace relativamente poco tiempo.

Hasta hace unos doscientos años el mar era un lugar peligroso, embrujado por sirenas malignas y repleto de calamares gigantes y otros monstruos de los océanos; del dominio de piratas de parche y pata de palo, donde era mejor no adentrarse si no resultaba estrictamente necesario.

Si todas las leyendas antimarítimas de la sabiduría popular no conseguían causar ningún efecto en quien las escuchaba, ya estaban los artistas, casi como publicistas de la época, listos para difundir de una manera gráfica y directa los peligros del mar. Naufragios con episodios canívales a causa de la exasperación, artistas japoneses representando olas gigantes amenazadoras dispuestas a arrasar lo que alcanzaran a su paso en un radio de treinta kilómetros o imágenes en las que el oleaje traía barcos cargados de colonos con epidemias. Robinson Crusoe tampoco ayudaba demasiado a ahuyentar ese halo de maldad que perseguía a las aguas marinas; un temor exagerado, producto seguramente del desconocimiento y la incapacidad de domar la fuerza maremotriz de la naturaleza.

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Sin embargo, allá por la mitad del siglo dieciocho, gracias a algunos ingleses aventurados o simplemente hartos de la monotonía de las nubes de Cambridge, empezaron a introducir ideas románticas que revalorizaban las blancas playas del sur de Europa y la cuenca oriental del Mediterráneo, reubicándolas en las mentes de los ricos de la época como un lugar bucólico y misterioso, benigno e idóneo para sufrir a sus anchas por un amor imposible.

Las playas ya no eran el refugio de verano para la plebe, dispuesta a llenarse de arena hasta las rodillas con tal de sumergir sus frentes sudadas en el agua salada. Darwin había desembarcado en las islas Galápagos y había quedado completamente cautivado por las arenas finas y claras de las playas de las islas y, enamorado del mar y de surcarlo en sus viajes, contribuía a contagiar de su pasión por las playas y el sol en sus diarios de a bordo.

De ahí a las colonias de jubilados británicos residentes en Benidorm, Mallorca y Lloret de Mar, de mejillas rosadas y cangrejeras de hoy, hay un paso.

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La medicina y los progresos industriales fueron la gota que colmó el vaso y llevó a miles de europeos del norte a pasar los inviernos en España, Grecia y Portugal. Porque claramente no es lo mismo, para quien está con fiebres, temblores y escalofríos, pasar sus días en Pollensa que en Mánchester y Chopin, Agatha Christie y cuatro de cada diez jubilados de la Unión Europea lo confirman.

Además, poco a poco y con la llegada de la revolución industrial y el desarrollo de los transportes, el traslado a los mares del sur empezaba a hacerse un poco más llevadero y seguro; las tormentas se superan con mayor frecuencia y eficacia y empieza a valer la pena soportar los mareos de un directo de Plymouth a Palma.

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Como pioneros de la cultura wellness, los ingleses admiraban al mundo con los primeros resorts a pie de playa, primero en su natal Inglaterra y después (porque aunque en Dover te puedas meter en el agua sin llegar a la hipotermia, no es lo mismo) en las costas de la Europa del Sur, donde por unos pocos peniques te hacías con un terreno y emprendías tu negocio para otros ingleses en busca de un sol de verdad. El primer complejo turístico de este tipo apareció en Scarborough (Inglaterra) en 1720. A él acudieron personalidades como el rey Jorge IV desde que los médicos comenzaran a recomendar a las clases más altas acudir a estos lugares al lado del mar en busca de tranquilidad y bienestar.

Aunque somos partidarios de disfrutar nuestra tierra y nuestro mar de una manera sostenible, creemos en el potencial que nuestras playas tienen en el sector turístico. En la Comunidad Valenciana hemos sido bendecidos con las costas del Azahar, Valencia y la costa Blanca, y para nosotros una gestión de alojamientos turísticos íntegra es aquella que tiene en cuenta, no solo las posibilidades de los inmuebles, sino también las que presentan los factores externos, como nuestras playas arenosas de las que estamos enamorados.

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